jueves, 28 de julio de 2011
Me iré...
Llorando en silencio
martes, 26 de julio de 2011
Puedo?
Sera que puedo intentar fumarme un cigarro en tu ausencia solo para no pensar en este dolor que siento?
tomarme un trago de café que me recuerde las mañanas que pasé junto a tu cuerpo desnudo a mi lado?
puedo caminar con mi taza de café en mano ,mientras pienso en como salir de esta rutina?
Puedo pedirle al viento que me susurre al oído lo que hace que no deje de pensarte?
¿ Sera que puedo?
katheDcita.
Hasta cuando...
lunes, 25 de julio de 2011
Sentimientos empapelados
DIÁLOGO ENTRE EROS Y AFRODITA
El sol declinaba en el oeste y sentados sobre una enorme piedra blanca se encontraban madre e hijo, debatiendo sobre las arbitrariedades, contradicciones y belleza del amor. La brisa otoñal soplaba sobre el dorado cabello de Afrodita, mientras que los bucles de Eros resplandecían como oro a los rayos del sol del ocaso.
Afrodita: Creo hijo mío, que lo más importante no es el tiempo que amas, sino el amor a través del tiempo.
Eros: ¿Qué quieres decir con esto madre? ¿Acaso qué es el tiempo quién dicta el provenir de los amores?
Afrodita: De ninguna manera hijo mío, lo que intento decirte, es que el amor de un día puede ser más sincero, puro, elogiable, perfecto y bello que el amor que se profesan los esposos durante cuarenta años. Es innegable que las pasiones efímeras dejan un sello mucho más perdurable que el amor añejo de los esposos.
Eros: Refuto tan execrable idea madre mía ¿es acaso una incitación a la concupiscencia lo qué aseveras?
Afrodita: Si concupiscencia es el modo de conjugar amor e inteligencia, entonces sí, es eso lo que asevero. Mira, te daré un ejemplo: Una pareja que sólo haya disfrutado del amor un sólo día, tendrá hermosos recuerdos de su amante, ninguna mancha podrá eclipsar los deliciosos momentos que vivieron en ese corto lapso de tiempo; por el contrario todos los enamorados que se hayan levantado y acostado juntos, comido, caminado y cuidado por un largo lapso de tiempo, tendrán siempre recuerdos indeseables en su alma, puesto que la convivencia prolongada entre dos seres pone a la luz del sol lo peor de los dos.
Eros: ¿Es entonces perjudicial el amor eterno qué se profesan algunos amantes?
Afrodita: No es sólo perjudicial sino estúpido, pues aniquilará pronto cualquier rastro de verdadero amor, quiero decir con esto, que pronto aparecerán ofensas, engaños, burlas y distintos parásitos que se gestan dentro de las relaciones duraderas.
Eros: Tú madre mía me incitas entonces a odiarte, puesto que el amor que profeso eterno amor por ti y desde el día en que salí de tu vientre, no he hecho otra cosa más que amarte.
Afrodita: Yo por el contrario hijo mío, te amé el día de tu nacimiento, pero al siguiente ya sabía que en cualquier momento serías mi peor enemigo.
Santiago
Basura humana
Se había quedado dormida entre toda su inmundicia. Alrededor de aquella asquerosa mujer se apiñaban latas, papeles llenos de cualquier cantidad de condimentos y salsas, viejas fotografías, prendas de vestir con moho, piel de frutas, huesos verdes, cabello, uñas y otra infinidad de porquerías. Ella estaba tendida sobre un viejo colchón roto, quemado por colillas de cigarrillos, manchado de sudor, regla, orina y sus absurdas lágrimas. Se arropaba con una manta que parecía un coladero, roída por los ratones, cagada por las cucarachas. Todo aquello se me presenta ahora indescriptible, lo que les describo en este relato no se asoma a la verdadera asquerosidad que absorbía a aquella mujer, y yo debía lidiar con ella y su inmundicia, yo no tenía a donde ir. Pero esa noche acabé con todo, justo después de que la vi rendirse al culto del sueño acabé con esa repulsiva pesadilla. Relataré cuales fueron las circunstancias que me llevaron a cometer tal atrocidad y al final les diré cómo acabé con la miserable vida de la asquerosa mujer.
La odie desde el principio, desde que vi su cuerpo desnudo, fofo y desproporcionado como el de la Venus de Willendorf. No había ningún atractivo en ella, su voz era intolerable, tosca y descuidada al hablar, sus manos masculinas y su cara demasiado idiota me proporcionaban tal repulsión que a veces me venían arcadas y tenía que huir de ella, huir como si de la peste negra se tratara, porque a veces desarrollamos tal aversión hacia alguien, que terminamos enfermando con su sola presencia. Yo intentaba no odiarla, pero cada detalle en ella me hacía actuar contrariamente, comía con la boca abierta, chasqueaba al masticar, caminaba descalza con el piso sucio, tiraba restos de comida al piso y no utilizaba los vasos para tomar agua, sino que lo hacía directamente de la jarra, sin importarle que también yo bebía del mismo líquido. Una noche sentí graves deseos de estrangularla o ahogarla dentro del mismo recipiente de agua, pues la vi tomar directamente del mismo luego de haber comido pescado, nada más repulsivo se le podía ocurrir a la mujer ¡mujer!.
Poco a poco fueron creciendo sus suciedades, cuando le venía la regla, se limpiaba con cualquier objeto que tuviera a la mano, incluso mis prendas de vestir. Fumaba y tiraba las colillas al piso, bebía y el resto del líquido iba a parar a sus pies, todo en un descontrolado deseo por ensuciar, era como si su necesidad primigenia fuera contaminarlo todo.
Un día dejó de lavarse el cabello, yo le rogaba que lo hiciera, que eso trajera más moscas, más cucarachas y cualquier otra cantidad de animalillos a la casa, pero ella desobedeció como siempre y continuó en su desaseo. Aquello en su cabeza era ahora un cuerpo inmóvil lleno de grasa, la sola idea de pensar en la cantidad de bacterias, animales y porquerías que allí se encontraban me producían un asco enorme, las lágrimas corrían entre mi cansado rostro, el odio que sentía hacia ese ser humano despreciable e ínfimo me hacía perder el control de mis emociones. Cuando se antojaba de beber alcohol todo empeoraba, la bestia defecaba en la sala y llena de mierda se iba a dormir, el olor insoportable me obligaba a mantenerme en vela toda la noche, fumando cigarrillos en la ventana.
El clímax de su pervertida asquerosidad fue dejar de bañarse, supe entonces que pronto moriría de alguna infección o algo, pero ese momento nunca llegaba. Incluso llegó a cortarse con una lata de dulces en almíbar (que tanto le gustaban a la pobre) pero la desgraciada no contrajo ninguna infección. No bastaba con la podredumbre de su cuerpo, ahora todo desecho iba a parar al piso, a su alrededor. Así fue como poco a poco fue amontonando la basura en los cuatro puntos cardinales de su cama: al norte abundaban sobre todo latas y pieles de frutas, al sur tiraba siempre los huesos y trozos de carne que no podía masticar, al este había millones de colillas de cigarrillos, pues fumaba con su mano derecha y al oeste había papeles manchados de grasa, sangre y otros fluidos corporales que prefiero no nombrar.
Pronto todo el lugar comenzó a apestar y decidí en ese mismo instante que debía acabar con la vida de esa miserable mujer. Habían pasado dos años desde que me mudé con ella, uno de los cuales había sido medianamente soportable, pero a partir del décimo cuarto mes, todo había ido de mal en peor. La justicia de la divina Atenea no hubiera bastado para infringir un castigo lo suficientemente fuerte a ese despreciable ser. Yo quería que se tragara su propia inmundicia ¿pero cómo lograría tal empresa? Entonces me vi iluminado como una mañana veraniega por la maravillosa idea de dejarla dormirse, y luego actuar.
La noche del crimen evité darle cualquier alimento o bebida que contuviera cafeína o algún energizante, le di de comer mucha pasta, pues es bien sabido que ese alimento produce somnolencia. Dentro de un cigarrillo inyecté unas gotas de un somnífero natural cuyo nombre no recuerdo, pues entre estas tres paredes y los barrotes al frente, muchas cosas se olvidan. Así la mujer cayó tendida sobre su cama-basura y proseguí con mi macabra pero librante acción. Primero le infringí dos golpes en la cabeza y quedó completamente inconsciente, seguidamente la rocié con un fuerte desinfectante para inodoros y con unos guantes puestos me dediqué a levantarla y sentarla sobre una silla. Tenía puertas y ventanas bien cerradas, puse música con un volumen que no permitiera escuchar los gritos que pronto la mujer iba a comenzar a emitir. La desperté con varios golpes en las rodillas y su enorme barriga, cuando abrió los ojos y vio la situación en la que se encontraba, intentó gritar, pero en seguida llené su boca con mierda y carne podre que había encontrado en un contenedor de basura. Las lágrimas bajaban en torrentes sobre sus gordos cachetes, me suplicaba, pedía piedad y perdón. Pero yo no iba a detenerme, ella nunca se detuvo.
Acto seguido introduje en su boca sus propias colillas de cigarro, varias encendidas, quería lacerarla infinitamente, quería que probara toda su basura. Sabiendo que aún tenía fuerzas para gritar, decidí tapar su boca, pues la siguiente etapa de tortura era el final del acto. Tomé un cuchillo común y comencé a abrir el enorme vientre de la vasta mujer ¡cuánto asco, cuánta basura y podredumbre había dentro! El insoportable olor me hizo vomitar a los pies de la bestia y ella lo hizo sobre mí, en medio de mi cólera le clavé repetidas veces el cuchillo en el estómago, la pobre infeliz se quejaba casi en silencio, poco a poco iba cayendo en el abismo de la muerte. Proseguí con mi trabajo y la abrí por completo, yo no sabía cuál era el estómago, no me interesaba tampoco ignorar la anatomía del cuerpo humano, sólo me dediqué a introducir todo lo que pude en su interior: latas, papel, huesos, pelos, cigarrillos y todo lo que encontrara cerca de mi. Así la dejé, llena con su propia basura, comiendo su propia inmundicia, finalmente murió llena de lo que ella había creado.Pronto comparecieron sus verdaderos amigos, ratas, cucarachas y moscas se dieron un festín durante horas.
Santiago
METAMORFOSIS FEROZ
Estaba tendida sobre la cama sucia, manchada de sangre, mierda, sudor y demás secreciones corporales. Muda y ciega, gorda y amargada, esa mujer era sólo una masa informe con ropajes viejos y desgastados, olvidada en la enfermedad, abatida por los días en el olvido, cubierta por el ocaso de la vida. Aquella imagen era casi imposible de describir, pero me atreví a observarla concienzudamente, quise atrapar cada detalle, como si tratara de estudiar un cuadro, debía comprender cada detalle de la horrorosa pintura que se presentaba ante mis ojos. El olor de la mezcla de todos los fluidos emanados del cuerpo de la mujer penetraba en mi interior y me producía continuas arcadas, pero mi interés por grabar para siempre aquel horroroso recuerdo me contuvo las ganas de expulsar el miserable desayuno que tuve esa mañana.
Llevaba más de veinte días tirada sobre esa cama hedionda y vieja, el indigno estado en el que se hallaba la desafortunada mujer era inconcebible. Muchas moscas revoloteaban por la habitación, el nauseabundo olor las había enloquecido y ahora recorrían todo el lugar, buscando enardecidamente la fuente del mal olor, que sin embargo para ellas ha de ser una exquisitez. Los rayos de luz se colaban por una vieja ventana oxidada, caían sobre el piso polvoriento que delataba que no había sido limpiado en semanas. Quería correr del lugar, hasta quise olvidar lo que veía, pero sabía que el fin de la señora estaba cerca y quería observar cómo se extinguía la existencia en aquel cuerpo inmóvil, que sólo delataba un hálito de vida por el movimiento sosegado del pecho.
La escuché gemir varias veces, sus ojos muertos estaban cubiertos por una amarillenta telaraña (así lo describía ella antes de la ceguera total) y estaba totalmente inmóvil, no podía entender cómo seguía viva, aun cuando no estaba conectada a ningún tipo de dispositivo que pudiera mantenerla con vida. La mirada fija en la nada era aterradora ¿en qué pensaba aquél miserable ser? Si pensaba en algo triste, amargo, alegre era imposible saberlo, ya no había lágrimas en sus ojos, de eso estaba seguro, tampoco volvería a ver una sonrisa dibujada sobre el rostro de la mujer, ella era inexpresiva, no por voluntad, pues la enfermedad había terminado por robar toda esencia de la pobre mujer.
Yo la vi consumirse lentamente, antes de quedar tendida sobre esa cama vi como la alegría escapaba de sus ojos y entonces se apoderaba el miedo y la locura de aquellos ojos marrones y tristes. La piel se fue tornando cada vez más opaca, como si la muerte tendiera primero un velo sobre la condenada, primero la sentencia, luego el castigo. Las manos vigorosas se convirtieron en un manojo de dedos callosos y las uñas perdieron su brillantez y ahora eran el hogar de insectillos y quién sabe cuál cantidad de porquerías sobrevivían en la inmundicia de aquellas manos que otrora acariciaban el rostro de un recién nacido. Arrastraba sus pesadas piernas, hinchadas y voluminosas, ahora peludas como las de un animal salvaje, cuando antes habían lucido bellas y contorneadas bajo un vestido de seda o una falda satinada. Era una metamorfosis rara la que sufría esa pobre mujer, no habría crisálida que la convertiría en una hermosa mariposa colorida y alegre que recorrería el límpido aire del verano, esta metamorfosis la encerraba en la crisálida del fin.
Antes de todo esto la había visto llorar por la caída de su cabellera negra y abundante, tirada en el piso reivindicaba su regreso, anunciaba que con la pérdida de su cabello se aniquilaba una parte de su feminidad. La cruel transición hacia la calvicie era atroz, las noches no bastaban para llorar esa terrible pérdida. Y no sólo era el dolor de haber perdido su cabellera de ébano lo que la hacía llorar y maldecir, también la había mutilado. Esa mutilación fue lo que la llevó a aruñar el piso y a rogarle a la madre tierra que le diera fin a la tortura ¿No les había dicho lo de la mutilación? Pues si, habían arrancado su seno derecho, lo habían hecho de la forma más salvaje y brutal que puedan imaginarse, arrancando tendones y nervios y dejando en su lugar una extraña bola de carne que horrorizaba a la desdichada mujer. Yo vi el vacío que quedó en su cuerpo y a ella la vi llorar y maldecir al médico que realizó semejante bestialidad. Esto la sumió en la amargura, la envolvió en el negro manto de la locura, enajenada de todo había renunciado a su papel de madre, dejando en el olvido a su cuarto hijo, un varón que había parido hacía dos años, cuando la demencia no amenazaba con entrar en su casa.
He descrito entonces cómo llegó esa mujer a la cama donde la vi tendida aquella mañana cuando el sol anunciaba la llegada del caluroso mediodía del trópico. Era el veintisiete de diciembre del año 2002. Salí a tomar un poco de aire, pues aquel aire enrarecido ya era insoportable. Afuera el sol brillaba con toda su intensidad, el trinar de los pájaros contrastaba con la terrible escena del interior de la habitación, fuera reinaba la vida, la luz solar iluminaba la copa de los verdes árboles, el negro asfalto resplandecía y un tenue viento me revolvía el cabello. Pasados algunos minutos se asomó una mujer por la ventana oxidada y me dijo “Su mamá está muerta”.
Santiago
El puente
Muchas veces lo vi caminando cerca de allí, mirando el agua caer sobre el agua, como si de un espectáculo irrepetible se tratara. Pablo vivía absorto ante la caída de la lluvia sobre el riachuelo que cruzaba nuestro pequeño pueblo, contemplaba el golpear de las gotas sobre el agua, luego miraba el cielo y decía en voz alta "cuando las gotas caen sobre mi cara, forman un meandro". En ese entonces yo no sabía lo que era un meandro, y no me preocupé en buscarlo en el diccionario, luego, muchos años después, supe que era simplemente una curva muy acentuada marcada por el curso de algún río, ¿lo habré visto en algún libro de Ciencias Naturales? ¿O fue por pura casualidad que me encontré con esa palabra? No lo sé, pero cuando leí acerca de los meandros no podía dejar de pensar en el rostro de aquel infeliz, que no vivía para otra cosa que no fuera contemplar el monótono espectáculo de la lluvia.
Hoy ha sido un día lluvioso, he intentado infructuosamente tratar de escribir unas líneas decentes para un artículo sobre lo grotesco en el arte contemporáneo, y lo único que he logrado es ridiculizarme frente a mis cuadernos de notas. Me animé entonces a participar de aquel antiguo ritual del cual yo era espectador en mis años de infancia, decidí salir a ver como caían las gotas de lluvia sobre el agua y he aquí una historia asombrosa acerca del extraño acontecimiento del cual fui testigo y víctima.
Ya dije que hoy llueve, casi constantemente. Tomé un abrigo, me puse un par de botas de caucho (siempre he detestado que mis pies se mojen con el agua inmunda de las calles) y salí a la calle. El frío que hacía era terrible, un viento gélido soplaba del norte y de repente recordé aquel otoño en Bratislava, hace más de diez años me encontraba yo en aquella hermosa ciudad, rodeado del puntual ocre otoñal, cuando un soplo de viento me heló hasta la médula y caí inconsciente al piso, nunca supe la causa de aquel suceso, pero algunos dicen que la fría muerte no sopló con suficiente fuerza y tan sólo logró hacerme caer al suelo, no enterrarme en él. Continúo pues con mi extraordinario relato, del cual quizás algunos se burlarán, pero a este punto muy poco me importan aquellos que dudan de mi cordura o de mis capacidades descriptivas, lo que me sucedió sobre el puente es real, y si Pablo viviera entre nosotros comprobaría la veracidad de mi historia.
Salí entonces de mi casa dando grandes zancadas y en seguida sentí que varios meandros se formaban en mi rostro, medité largamente sobre esto y llegué a la conclusión de que no eran muchos meandros, sino un delta lo que forman las gotas de la lluvia al chocar contra mi cara, un delta que se ve interrumpido por la montaña que describe mi nariz, o por la enorme fosa de mi boca, un delta que a veces surge de la abertura de mis ojos y va dar al estéril piso de mi vejada casa. Crucé por la calle de Los Olmos, yerma como su nombre, infestada de plagas ebrias y nauseabundas, seguí recto y salí a la pequeña avenida que cruza la nueva "ciudad", término inapropiado para una extensión de menos de 20 kilómetros, donde abundan escritores frustrados y prostitutas retiradas. Iba completamente empapado, mirando el gris del cielo a intervalos, probando intermitentemente el fresco sabor de la lluvia y saltando cual niño sobre los charcos. Al fin llegué al ansiado lugar, lucía igual que hace cuarenta años, igual de vejado, parecía una miniatura de un antiguo acueducto romano, y bajo la torrencial lluvia que ahora caía de verdad parecía encontrarme entre ruinas. Así que allí estaba, parado en el mismo lugar donde mi admirado idiota contemplaba caer la lluvia sobre el arroyo, en aquel lugar lo vi por última vez, recuerdo su rostro eufórico y desquiciado a punto de saltar, pero ¿a dónde?.
Puse mis manos sobre el ferroso y oxidado pasamanos del puente, me incliné un poco para ver la corriente pasar y de pronto sentí un leve temblor bajo mis pies, pensé que sería alguna roca que dio contra las bases del pequeño puente e hice caso omiso del pequeño incidente. Llovía a cántaros y no podía siquiera ver los viejos techos del pueblo, oí un estruendo que venía debajo del puente y frente a mí se apareció una extraña criatura, su piel tenía una apariencia gelatinosa y sus ojos casi se salían de sus órbitas, la nariz grande y achatada estaba cubierta de unas extrañas protuberancias negras y en vez de cabello le colgaban largas tiras de lo que parecían algas. No podría describir más a la extraña criatura pues ya nada puedo recordar de nuestro encuentro, después de eso me encontraron tendido en la orilla del arroyo, con la mirada fría, la piel clara (de saber que yo soy una persona de origen afroamericano) y los miembros rígidos. Durante años he intentado encontrar la respuesta al enigma de mi aparición ¿cómo llegué hasta allí? ¿Por qué salté? Aún en el mundo de los muertos intento buscar una explicación razonable al extraño suceso, no recuerdo haber saltado, tampoco que el puente cayera.
Ayer he hablado con Pablo, tampoco él recuerda haber saltado, me contó una historia similar a la mía, me habló de una extraña mujer de apariencia bastante asquerosa, pero él vive en su morada, bajo el agua turbia de aquel antiguo arroyo ¿Será ella la muerte?. Yo en cambio intento en vano razonar sobre lo irrazonable, buscando una explicación a una historia que todos han olvidado. ¿Habré saltado al igual que lo hizo aquel desgraciado? ¿Me habré convertido yo en el mismo espectáculo al que solía asistir? ¿Quién vendrá a por mí a contarme la historia de mi muerte?
Santiago.
Es imposible pensar que algún día fuiste parte de mi vida, una gran parte que compartió tanto sus momentos fuertes como sus momentos débiles.
Creo que yo no debí presionar para que todo siguiera igual.
Pero firmemente aseguro que tú en mi también te debiste apoyar.
¿Por qué es para los seres humanos tan dificil entender?
¿Por qué es para los seres humanos tan fácil dejarse llevar?
¿Por qué es para tí, tan consternante fijarte en mis problemas?
Yo tengo la respuesta para la tercera... porque te convertiste en una persona a la que criticaste, de la que hasta te burlaste e inevitablemente cambiaste y junto a tu nueva compañía tú mutaste.
___SnuunpY___
No obstante, no debería etiquetarla de esa forma.
Yo creo que mi vida se ha convertido cada vez más pesada y enredada con los años. Una tras otra, una tras otra y una tras otra... a veces creo que me voy a volver loco con tantas decisiones...
Sí, y yo sé que si las nombro podrán decir cosas como: "¡Wow! ¡qué complicado! Cuidado y se te quema el cerebro", Pero no, para los demás les parece sencillo decidir cierto tipo de cosas que para mi son dificiles. Debo admitir que no me considero una persona altamente inteligente, ni mucho menos sabía como para tomar decisiones... de hecho, a veces pienso que yo no debería tomar ninguna decisión en lo absoluto.
Pero pensar que tengo un chico, que quiero a otro, que me gusta uno y que disfruto con dos más (Es hipotético), no me parece una decisión sencilla... hay que decidir... hay que tomar una decisión que podría marcar mi vida... ¿qué pasaría si alguno de esos es el amor de mi vida? y lo rechazo porque alguno de los otros me puede brindar algo que ese no... no sé... creo que eso sería dificil de decidir...
O por ejemplo, pensar en que debo decir todo lo que quiero decir en mi casa, pero al frente de mi hermano pequeño debo cuidar las palabras... eeeh... para mi no es fácil, sobre todo porque siempre he considerado que los niños no deben conocer el tabú, ese veneno que la sociedad impone con tanta fuerza. Pero, ¿cómo hago? Ese niño es muy inteligente, y sabe muchas cosas, y aun así debo restringirme, entonces ahí es cuando pienso: "Debo tomar una decisión" y no lo niego, usualmente tomo la decisión de decir lo que me da la gana.
Supongo que estoy tan enrollado en este momento de mi vida que los aburro con entradas inútiles... pero si alguien se siente identificado, esta entrada no será en vano. (Eso sí, que nadie me aconseje, tampoco soy tan bruto)
___SnuunpY___