te acercaste a mi cara nuevamente, todo tu cuerpo contigo, rozando el mío en pos de un nivel aún mayor de excitación. Más y más, casi sin querer, sin procedimientos, sin excusas, para hacerme entender lo que querías.
Tus manos traviesas hurgaban bajo mi vientre, tanteando, tocando lo que buscabas, sintiendo el calor... el calor de mi pene en tus dedos, jugueteando con él, junto al tuyo. Jamás en mi vida había estado tan excitado, y jamás mi pene estuvo tan despierto, anhelante de algún cuerpo. Tu cuerpo.
No te conocía bien, de hecho, no te conocía en lo absoluto, pero al alma hay que darle lo que pide, y tú eras en ese instante mi máxima necesidad. El calor de tu miembro aceleraba las pulsaciones en el mío. Continuamos jugueteando un rato con ellos, casi independientes en su fervor, superando incluso el nuestro. Eso, sin dejar de tocarnos cada centímetro, cada milímetro de nuestros húmedos cuerpos.
La regadera expulsaba agua fría, sí, pero el calor que expulsábamos tú y yo era como para saturar el instante. Yo no sentía el agua, te sentía era a ti, tus labios, tu abdomen, tu pene, tus piernas, tus manos, tu alma.
Tú me sentías a mí, sentías mi ser, pero tu necesidad prioritaria en ese momento ya era sentir el calor, sabor, y textura de mi miembro en tus labios, sentirlo en tu boca. Poco a poco fuiste bajando, eso sí, besando cada zona de mi cuerpo que tu boca y tu lengua visitaba: mi cuello, mi pecho, mi pubis... cuando llegaste frente a frente a mi pene, lo tomaste con tus manos y dejaste que tu lengua se acercara poco a poco.
Echaste un vistazo a mi cara y observaste el deseo implícito en mi mirada. Yo quería que lo hicieras. Pasaste tu lengua por mi pene, desde la punta hasta la base, una y otra vez, sin dejar un centímetro por probar. En mi excitación, te agarré del cabello, tiré hacia atrás tu cabeza, para que tu rostro quedara viendo hacia arriba, hacia mí nuevamente... me gustabas, era definitivo...
Tus ojos me pedían a gritos que te dejara hacer lo que esperabas hacer. Lentamente aflojé mi mano y te solté, pero te quedaste mirándome, un segundo, un minuto, dos minutos... las miradas se comunicaban: "¿Estás listo?"... "Sí!"...
Bajaste la cara, volviste a estar frente a mi pene, tocaste su punta con la punta de tu nariz, luego abriste la boca y, lentamente, fuiste introduciéndolo en ella. La cerraste poco a poco y tu lengua comenzó a jugar con él adentro. Querías probarlo todo; tu excitación y deseo de sentirlo era inmenso. Te retiraste un poco y empezaste a hacer un movimiento de vaivén lento. Después lo hiciste más rápido, y así, mi pene se iba metiendo más y más en tu boca.
Te lo sacaste todo y lo agarraste con las manos, bajaste un poco para sentir y lamer con cuidado mis testículos, jugando con ellos. Pero sin dudar, volviste de nuevo al pene y, de manera brusca, lo introdujiste todo en tu boca, y me tomaste de las piernas para q yo hiciera el movimiento, y tú sólo te encargaras de disfrutar.
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