Suena ególatra, lo sé, pero la satisfacción era máxima. Podía sentir tu lengua saboreando cada parte de mi pene. La humedad de la regadera no era nada en comparación a la humedad de tu boca. Fueron minutos de éxtasis.
Mientras me hacías sexo oral, yo acariciaba tu cabello y tu rostro con la punta de mis dedos y con el anverso de mis manos, muy sutilmente, sintiéndote en cada nervio de mi ser. Yo estaba dentro de ti.
Sintiendo cómo se desplazaba ágil tu boca entera sobre mi pene, nuestras ansias de gritar de placer eran fuertes e increíbles. Pero no podíamos, estábamos en un baño, en una casa ajena, haciendo algo indebido... indebido para la dueña de la casa. Pobre, no sabía del placer que se generaba allí.
La forma en que lo hacíamos era la mejor. Te tomé de los cabellos una vez más, separándote de mi miembro. Nunca gritamos, es verdad, pero la respiración era tan fuerte que estoy seguro que en la casa alguien atento podría escucharla.
Nos miramos fijamente, contemplando el brillo del sudor envolviendo nuestros cuerpos. Ya se estaba haciendo notable, muy a pesar de la regadera. De repente te levantaste y fuiste directo a mi boca, besándome como si jamás lo hubieras hecho en tu vida. Rodeaste mi cuello con tus brazos, y yo tu cintura con los míos.
Comencé a bajar mis manos, a tocar tus glúteos... tus glúteos!... y "tocar" es sólo un verbo que no explica bien lo que mis manos hacían. Una mezcla de caricias, rasguños, apretones y tanteo era lo que mis dedos le practicaban a tu hermoso trasero. Aparte, nuestras bocas continuaban su ritual caníbal, y tus manos pasaban fieramente de mi espalda a mis caderas, a mis nalgas, a mis piernas, a mi pene, y la espalda nuevamente.
De repente me detuve, y tú me imitaste. Volví a alejarme de tu rostro para vernos las caras. Ahí estaba de nuevo en tu mirada, tus ojos pidiéndome más. Sin que yo hiciera nada, te volteaste y te viniste hacia mí, tu espalda contra mi pecho, y tus glúteos contra mi pene... ¿Qué querías?... pregunta tonta.... era fácil de entender lo que deseabas en ese momento.
Mis labios comenzaron a explorar tu espalda, y tu deseo aumentó tanto que ya no tenía fin. Lentamente bajé hacia tus caderas, y más. Al llegar a tus glúteos, los acaricié, los besé, los mordí, y los amé, llevando al límite tu éxtasis.
Con mi lengua, fui abriendo un espacio entre tus nalgas y, justo en ese momento, lo toqué. Estabas sintiendo algo que jamás habías sentido. Lo sé. Algo explotó en ti. Algo que te excitó indescriptiblemente. Empezaste a mover tu cintura, con mi rostro adherido a tus nalgas mientras mi lengua acariciaba tu... era, es, y será, una de las cosas más excitantes del mundo. Luego, mis dedos entraron en juego.
Separé la cara de tus glúteos para ver la maravilla que tenía frente a mí, que acababa de deleitarme. Mientras, mis manos circundaron tus nalgas y, con extrema suavidad, cruzaron cuan larga era la línea de tu exquisito trasero. Cada que mis dedos cruzaban, los movimientos espasmódicos de tu cuerpo te delataban. Me fui acercando al centro de la maravilla, y mis dedos se deslizaron sobre él.
El dedo medio de mi mano izquierda fue el encargado de tocar tu real sexo, de entrar poco a poco. La punta, y salía... entrar y salir... entrar y salir... ejercicio perverso y celestial. Paradoja del deseo y la pasión.
Si alguna vez consigo la palabra adecuada para describir tus murmullos y tu cara en aquel momento, ese día sabré que fui feliz y que estaré muriendo, pero por ahora, sólo puedo comentar que era de otro mundo lo que de tu boca salía y lo que tu entero rostro reflejaba...
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