Y se me da por titularlo así, porque a veces siento que vivo en un mundo rosa, en nuestro mundo rosa, el que hemos construido mi amada y yo. Sin embargo, también parece un cuento de hadas, fabricado con delicados hilos de paciencia, imperceptibles lazos de constancia y brillantes colores de esperanza.
Lo nuestro no daba, si se tiene en cuenta que la matemática es exacta, y que 1+1 es igual a 2; a nosotras nos separan 550 Km de distancia, ella es insoportablemente controladora, y yo, un alma libre (aunque siempre me había considerado posesiva, hasta que la conocí a ella). Nos conocimos en un campamento cristiano al cual yo no quería asistir, pero por esas cosas de la vida, de Dios, de lo que debe darse, terminamos coincidiendo mismo espacio, misma cabaña, mismo grupo de competencia, y... misma tendencia sexual. Al principio no lo podía creer, no lo quería creer, mis experiencias pasadas clavándome con esas pseudo hetero-flexibles no habían dejado una buena huella en mi (les pregunto, ¿dejan buena huella en alguna que se aprecie un poquito?) estaba cansada de ilusionarme en vano, de perseguir un fantasma, y había terminado cayendo en ese pozo, en el que muchas caen y pocas salen, de la desesperanza, de la resignación y la contemplación pasiva de una vida que “pudo haber sido mejor” y sin embargo resultó otra cosa... Terminaba yo entonces haciendo lo mismo que se me había hecho a mí, transmitiendo mi desilusión a otras ilusas que creían en ese cuento fantástico del amor y la compañía, y en este punto exacto de mi vida, la conocí a ella. Ella parecía el compendio de todas las cosas bellas y sencillas de este mundo, parecía no vivir el infierno que yo vivía, y sin embargo, con su estoica manera de sobrellevar esos problemas, me inspiró a tomarle la mano y caminar a su lado. En el momento que esto pasó, y yo me decidí a tomarle la mano, el mundo (y lo refiero casi literalmente) se nos vino encima, y entonces me descubrí a mi misma lista para luchar por nosotras y pude observar con pasmosa incredulidad cómo los papeles se invertían, convirtiéndose ella en un tormento tanto mayor cuanto que me endulzaba con palabras, palabras que debía llevarse el viento, y que al contrario penetraban en cada fibra de mi ser enamorándome más de ella.
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